domingo, 29 de octubre de 2017

DE LA CASA EN EL AIRE A CIEN AÑOS DE SOLEDAD


Desde siempre la música vallenata me causó ruido; porque más allá del respeto a su expresión cultural, dominaban los prejuicios, la mala fama bien ganada de algunos de sus nuevos exponentes y principalmente el flagrante secuestro mercantilista de una expresión musical vendida en vitrina de alcohol, sexo, lujos, drogas, violencia y muerte.

Y desde esos criterios el contenido musical del vallenato perdía todo sentido tradicional cultural, pues, viniendo desde la literalidad del fraseo llano y cotidiano, y marchando hacia un lirismo rebuscando solamente acetato y escenarios, huérfano del contexto social y cultural que define, sustenta y  sobretodo gesta las expresiones musicales populares; cuando mucho, no representaba más que pinturas musicales bonitas, llenas, a lo sumo, de virtuosas pinceladas instrumentales y vocales que morían cuando iniciaba el difuminato de la belleza hacia la cultura, tradición, sentimiento y vivencias.

Precisamente, esa visión tan estrecha  de las expresiones culturales latinoamericanas, principalmente las que han sido raptadas por el mercantilismo globalizador, sin los debidos contrapesos comunicacionales; nace de la ignorancia de sus auténticos orígenes sociales, que imposibilita sus justas comprensiones dentro del complejo y maravilloso fenómeno existencial  humano.

Siendo desde una de esas meritorias intencionalidades difusivas, que los reojos a las comedias televisivas fueron transformando aquel ruido del vallenato en simple y llana curiosidad.

Y dado que la curiosidad es el combustible del conocimiento, que reubica existencialmente al ser humano, le plantea otras perspectivas de su ser individual y social, y una más sensata, justa y cierta ponderación de la cultura; faltaba solamente el ignitor apropiado para iniciar la búsqueda de la verdad de esa expresión cultural.

Luego así, en la oscura travesía carretera, el canto de Vives en el autorradio sonaba ya diferente, tenía otro sentido; una escondida poética afloraba en aquellas frases que pretendían construir una casa en el aire, asentada en las nubes y sostenida por ángeles, para que nadie molestase a la preciada Ada Luz.

De esa manera, la versión “moderna” lleva al encuentro con la expresión cultural auténtica, haciendo la vivencia poesía y la poesía esperanza y la esperanza vida y la vida canto Y con el canto el acordeón, y con acordeón y canto el hombre, y con el hombre el juglar, y con el juglar, llenos de vivencias, esperanzas, poesías y vida, los acordes y melodías bajando con los aires de la montaña para hacerse vallenato.

Ahora comenzaba a descubrir la profunda filosofía y el sentido existencial mágico tras aquellos fraseos tan simples y cotidianos. Ya comprendía la elegía al amigo; sabía por qué a Moralito le cayó la gota fría; entendía el sufrimiento por lo que se llevaba el cero treinta y nueve; y compartía el lamento del cantor, sosegando penas, recriminando amistades y purgando culpas por la muerte de su Alicia adorada.  

Ya ubicaba el origen maravillosamente existencial de aquellos cantos, en la cosmovisión mágico religiosa, lamentosa, melancólica y esperanzadora, que solamente puede engendrase bajo la intimidad cómplice de la montaña, para luego nacer a las faldas piloneras de su madre.

Porque el canto de aquellos pioneros era tan íntimo y cargado de esa sublime entremezcla de realismo, magia, sentimiento y espiritualidad, que solamente podía ser expresado desde la fusión de la trinidad: poeta, músico y cantor, en una sola expresión: el juglar; quien no escribe frases para cantarlas acompañado del instrumento; sino que hace sus vivencias cantos y acordes, casados en un mismo sentimiento hecho vallenato.

Es ese origen del vallenato, lo que define su valor y evolución cultural, sin el cual su historia habría sido ordinariamente diferente. El canto abierto y franco, sin preciosismos vocales, más que al oído busca llegar al alma; el instrumento hecho amigo, compañero y confidente; la vivencia hecha poesía, y la poesía expresión colectiva, sencillas y cotidianas, pero tan sentidas y profundas como la espiritualidad que el juglar riega por veredas y caminos.  

Ojalá no se deje morir el concepto del juglar, como se dejan extinguir las nacientes de los ríos.


“Cien Años de Soledad”
Cuando por requerimiento de la tarea escolar leí esa grandiosa obra latinoamericana, en verdad no ubiqué la lógica tras el desarrollo enrevesado, aunque magistral, de un argumento tan simple, de una “realidad mágica” que es cotidiana en nuestra cultura latinoamericana, y, como si apremiase la disponibilidad de cuartillas, narrado en frases cortas, en estilo cuasi periodístico, yuxtapuestas, sin la interconexión pincelada, sin los claroscuros y difuminados entre conceptos, sin la germinación de ideas dentro de las ideas, sin desarrollos narrativos dentro de otros, con un manejo muy lineal y simple, y se pudiera decir que algo tosco, de la dinámica discursiva del narrador, quien pareciera no comprender los hechos que narra. .

También seguramente predisponía a ese criterio, las particularidades de la vida del Gabo: Revolucionario amigo íntimo de la Cuba comunista, pero igualmente gozoso usufructuario de la dulce vita capitalista; y de guinda, periodista juerguero y parrandero, amigo de sus amigos y de sus enemigos, de quien debía y de quien no debía.

Sin embargo, aquella “Casa en Aire” que me llevó  “a los cantos de Rafael Escalona, el sobrino del  obispo, heredero de los secretos de Francisco el Hombre”; también me enseño la invaluable obra cultural de la Cacica, y desde ella llegue a la frase que hace de partida de nacimiento de Cien Años de Soledad, dicha por su padre: “Cien años de soledad no es más que un vallenato de 350 páginas".

Porque ciertamente, era ese el fundamento que faltaba para comprender al Gabo y a su grandiosa obra. El autor conoce, mejor dicho, ha vivido lo narrado, porque su obra, más que producto de una imaginación prodigiosa, es resultado del prodigio de ver, sentir, interpretar y convivir una realidad, y fundamentalmente de poder expresarlo; sin siquiera intentar comprenderlo, pues entonces degeneraría en especulación filosófica, buscando la verdad para destruir la realidad percibida; al contrario del propósito de plantear la percepción de lo real como verdad existencial. Por lo que la preocupación del narrador, más que la hilaridad magistral de ideas hacia un desarrollo argumental, es por la expresión de toda la complejidad del comportamiento de seres individual, social y culturalmente determinados, deshebrando hechos en espacio sin tiempo propio, que pudiere ser de un siglo o de todos los siglos, y en tiempo sin espacio específico, que va y viene, que está y no está, que se mueve junto con el narrador y su testimonio, quien se traslada también temporalmente en la obra, pues forma parte de ella, ya que no es su creación sino su vivencia más íntima.

Y es el querer expresar la complejidad de una realidad hecha mundo, y un mundo con todos los tiempos, todos los espacios y toda la realidad; lo que apremia al narrador, quien no quiere naufragar en un océano de ideas, sino manifestar, como el juglar, en una sola idea todo ese mundo mágico, hecho realidad.   

Por eso el  fraseo corto, no buscando interconectar pensamientos sino el expresar vivencias, en lenguaje franco, llano, comedido y discreto, cediendo la pretensión filosófica al acontecer mismo, es el del juglar. Por eso el ir y venir en el desarrollo temporal de la obra, el estar para irse y el irse para volver, estando siempre aquí; no es sino el impulso vital que anima los acordes del canto vallenato.

De manera que  Gabriel García Márquez también fue uno de aquellos juglares, y Cien Años de Soledad su aire vallenato, en fuelle de un siglo  y de pluma por canto.

Así pues, la genialidad literaria de Cien Años de Soledad, más allá de los aspectos técnicos, está en expresar la realidad socio cultural no como simple sujeto, ni como observador privilegiado, sino desde el ser mismo de la compleja y mágica espiritualidad que la anima; conociendo todo desde siempre y por siempre, los personajes y hechos, o existieron o podrán existir en cualquier tiempo.

Por eso el “realismo mágico” es ante todo una forma de plantear la realidad desde la cosmovisión y espiritualidad que la animan. Siendo desde allí que lo mágico y lo real se confunden en una sola vivencia, en una misma expresión cultural.

Es que en verdad el ser humano siempre ha vivido en una realidad mágica, lo que cambian son los criterios, pues aún cuando pretenciosamente crea haber salido del “oscurantismo” gracias al saber científico, es la propia ciencia que derrumba sus creencias, la que le replantea otras, amenazando incluso con  demoler el concepto mismo de la realidad, gracias al desvelamiento del maravilloso mundo cuántico. Por eso, mientras el ser humano no tenga la perspectiva racional total del universo, y por ende, de su ser, toda realidad a él será creencia, aprehendida del existir o validada por razones científicas, pero creencia en fin; que más que condición de ignorancia o conocimiento, es un acto de fe, una expresión espiritual que le posibilita el existir a un ser infinitesimalmente pequeño en un mundo sin linderos imaginables.

Quizás la sabiduría del vivir consista en poder elevarse hasta al ser espiritual para conformar una “realidad mágica”, o como se le pretenda llamar, que exprese la sociedad en toda su imperfección y autenticidad cultural. Porque la cultura, más que la suma disgregada de factores, es la integración de hechos, acciones y sobretodo posibilidades, en un acontecimiento espiritual que eleva al ser humano, como a Ada Luz, por sobre la durezas y crudezas de la realidad “real”; y proyecta, como en Macondo, por sobre los tiempos y más allá de los espacios, la cotidianidad del existir.

De allí la magia de Cien Años de soledad, una realidad construida desde y hacia una expresión espiritual; la misma que se aposenta desde las alturas en el juglar, para regarse por los valles en cantos vallenatos.


Javier A. Rodríguez G.

No hay comentarios:

La palabra escrita se independiza del autor y trasciende las barreras del espacio tiempo, haciéndose evidencia que delata el pensamiento y desnuda los sentimientos.(Javier A. Rodríguez G.)