jueves, 28 de julio de 2011

La Otra Historia

Un 19 de Abril




Hoy 19 de abril de 1810, estoy aquí en la Plaza mayor de Caracas, bueno, a un costado porque el centro está reservado para los de bastón y las de manto, las mantuanas como les dice mi abuela.

Hoy por fin me atreví a pasear orondo por la vereda real de la plaza, cuando un principal me golpeó con el bastón por las piernas y muy molesto me dijo  —Quítate zoquete, que estos caminos no son para los pata en el suelo, no estorbes que tengo que ir a buscar libertad.

No comprendiendo sus palabras y sufriendo más la dignidad que la extremidad, me alejé triste, con dolor profundo en el alma, solamente apaciguado por la inocencia de mi corto tiempo de existencia en este mundo tan absurdo. Pronto me detendría a mirar a otro también con su bastón golpeando a su aparentemente resignado esclavo.

—Que ahorita te dije, no mañana, pedazo de pendejo. Ve y dile que se venga de inmediato al Cabildo, ño gafo, que al fin tenemos la oportunidad de salir del Rey para ser libres y no seguir manteniendo a esos desgraciados con nuestra plata. Apúrate bueno para nada. Ah, y por estar de bolsa te vas a joder. Porque me lo pediste de rodillas pensaba dejarte quieta a tu cría, la grandecita… pero ahora, si logramos la libertad, en brindis voy a ejercer mi derecho y me la voy a echar...

Yo también echaba de menos los saberes de la abuela por las muchas cosas que en ese momento no comprendía. Sabía que algo estaba pasando, pues los principales iban y venían…

—Cuando los señores “vanvienen” algo va a pasar— decía mi abuela, siempre recordando el día que trajeron la cabeza del negro José Leonardo a la plaza mayor y cómo los principales se reunieron para celebrarlo, que ni a nuestra Señora de las Mercedes.

Caminaba cuando unos señores llamaron mi atención  ­—¿Cuánto es lo menos por esta negra buenamoza?— preguntaba un principal a un pardo de carnes tan menguadas como su honestidad. —Lo que le dije— repujó éste. —Es buena hembra y si sale prená, por el “partus sequitur ventrum" será Ud. también dueño del crío y  lo podrá dar de mascota a una de sus hijas—  agregó juriscunsultamente con su pestilencia de pensamiento el que mentaban Cara e Vela. —Está bien, si no queda más remedio me la apartas. No está mal la condenada… para algo servirá… hasta me puedo ganar una plata si algún socarrón se antoja de ella… Bueno, me voy al Cabildo porque hoy al fin seremos un pueblo libre…

Y precisamente, pensando en libertad quise visitar a Dios en su casa. Entraba y me persignaba cuando una mano tomó mi brazo tan fuertemente que sentí gran dolor, pero fue su mirada de odio y desprecio la que mis lágrimas afloró, por impotencia no por resignación, pues la justicia de aquél, a quien él oraba, prendado de oro, levita y bastón; lo llevaba yo dentro, muy dentro del corazón.

El cura salía, lo esperé para que me diera la bendición. Caminaba rápido, no sé si no quiso o no me escuchó. Total, de qué me sirve, si también bendice al amo que azota al esclavo, más vale la bendición, de mi mama, de mi taita y el escapulario que la abuela me dio.

A éstas, caminé hasta la cuadra de los Bolívar. Había muchos bastones y mantos. Debía cuidarme para recorrerla sin salir con alguna pierna rota. Ahí el gran portón, ¿cómo será por dentro? ¿tendrá en verdad todas esas cosas que mientan traídas de su madre patria? ¿por qué viven ellos aquí y nosotros allá? ¿y si el joven mentado por mi abuela y que según la Hipólita no es malo, me regalara un libro de justicia y libertad?, aunque no sé leer, al menos ahí adentro en letras estarán, pensaba yo, cuando de pronto una de manto dijo desde la ventana, seguramente a cualquiera de sus paga peos —denle un pedazo de pan a ese muchacho realengo y percudido que ensucia el enlozado, para que se vaya a donde debe estar.

No esperé el pan, hambre no tenía sino sed de saber, ni se diga de libertad, de vivir, de andar, de pensar, de ser. Quería hallar respuestas a tantas cosas… Y..., sí, es verdad, pronto volvería a donde quería estar, a mi tierra. Allá donde el tiempo se detuvo. Donde vivimos un año con lo que dicen que el joven principal de esa casona gastaba en un día en la España. Donde, a pesar de todo puedo pasear por los parajes y sentir la caricia de la brisa libre, donde todavía cantamos, reímos y sobretodo soñamos.

Como le decía Juan Ramón el zapatero al negro Pedro, el que vino de Haití  —Sonar no cuesta nada y nos mantiene viva la esperanza. Fíjate en Francia, tantos siglos dominados por un Rey y de pronto lo pasaron por el filo de la guillotina—  —Sí, es verdad- ripostaba el negro rezongón  —si nos unimos podemos sacar a esos carajos. Fíjate, en Haití los mandaron pal coño. Si yo pudiera les cortaría la cabeza a todos esos coños de su madre mantuanos de Caracas, que mataron a latigazos a mi taita porque le dio un carajazo a un principal que quería enyuntar a mi mama. Amarrao lo arrastraron por las calles los malditos desgraciaos…—  —Yo no sé— sentenció Juan Ramón —si aquí habrán las mentadas libertad, igualdad y fraternidad, o si el sueño se convertirá en pesadilla, pero de que algo va a pasar, de eso sí estoy seguro.

Más seguro estaba yo fuera de la cuadra. Pero como porfiao no escarmienta, me puse tras otro de bastón que presuroso marchaba. Hablaba solo, entre dientes, como loco  —¡No puede ser!  ¡Fin de mundo!  ¡Cómo pueden pretender hacerle eso a su Majestad! ¡No puede aceptarse semejante ofensa a Dios todopoderoso! ¡Se está acabando el respeto a la autoridad y al orden! ¡Lo que tiene uno que ver en esta vida antes de reunirse con el señor!

No sé a qué otro señor se refería, pero lo cierto es que primero se juntó en el Cabildo con los del valle y se perdieron tras el portón.

Todo lo demás fueron rumores, siempre rumores. Que si unos si, que si otros no, se oía en los caminos por los que regresaba a mi trozo de patria, como lo llamaba Juan Ramón; mientras mi terca mula, igual que siempre andaba, sin saber si iba o venía, simplemente andaba. Como los que existen en estas tierras, no van ni vienen pero seguro andan, buscando esperanza, buscando libertad, buscando patria.

Como también andando buscamos todos tres años después. Todavía yo en mi vieja mula, ahora largo el calzón pero más corta la esperanza. No vendiendo leña sino sueños, y comprando libertad y patria. Coleccionando bastones y mantos. Queriendo pasear por la vereda real de la plaza mayor para decirle a José Leonardo: ¡Aquí estamos! En memoria de mi abuela negra de piel y de esperanzas. ¿Por qué mi carne es blanca si tengo el mismo dolor, el mismo sufrimiento y quiero a la misma patria?

Cuánto deseo atravesar sin temor aquella cuadra, ahora junto a Juan Ramón, al negro Pedro y a  José Tomás…El Taita.


Una Guerra a Muerte por la Vida

—¡Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de América! ¡Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables!

Así pregonaba aquel negro jetón con su memoria tan prodigiosa que no saltaba ni una palabra, el Decreto de Guerra a Muerte del tal Bolívar, el joven mantuano de la cuadra.

—Ahora si nos jodimos— Ripostó Hilario, el mentado "cabeza e bastón", porque cada vez que se trompicaba a un Principal, alzaba su machete y decía: Quiero la cabeza y el bastón...

—Si nos pela el chingo nos agarra el sin nariz, yo estoy cansao de esta vaina— concluyo Hilario con el asentimiento de algunos.

Los recuerdos llegan claritos a mi conciencia. Todavía no he paseado la plaza mayor. Cuando hube ido, un grupo de aquellos, mandados por un mantuano de los Rivas, junto a unos bastoncitos del seminario, se defendieron proporcionalmente a sus intereses, aparte de que tenían mejores armas. Esa vez no pudimos entrar y de ñapa de un sablazo me cortaron el escapulario. Pero lo triste es que el desgraciado mantuano mató al bueno de Juan Ramón el zapatero. Ni con la sangre de veinte como él pagarán el haber acallado la sabiduría de este hermano de vida, remendador de zapatos y redimidor de conciencias.

Aunque la providencia me dio la dicha de estar frente al mantuano ese cuando aguardaba su destino.

—¡He luchado por la República contra la opresión del yugo español y aún muriendo venceré!—  Proclamaba a los curiosos. Afirmación que en ese momento me pareció de un cinismo insultante. ¿A cuál yugo se refería? Si era él, los suyos y su padre quienes oprimían nuestra dignidad. Si fueron ellos quienes procuraron el ejemplo que Caracas quiso dar con José Leonardo, sin saber que ya en los vientres y en las conciencias el mártir estaba sembrado.

No obstante, esas las palabras, por su firmeza y convicción a pesar de la muerte inminente, se regaron por el aire buscando nuestros pensamientos, pero como la realidad avasallaba priorizando el sobrevivir, las guardé en la alforja de mis recuerdos.

Anduvimos caminos sembrando todavía odio y cosechando desesperanzas. No teníamos rumbo aunque el machete y la lanza andaban. La estupidez era matarnos los unos a los otros mientras se fortalecía la España.

Ya el Taita José Tomás, como Juan Ramón estaba sembrado. ¡¡¡De un lanzazo al Taita nos lo mataron!!!

Ahora, junto al negro Pedro y como todos, no íbamos ni veníamos ni andábamos, éramos tan solo pasos errantes. No teníamos sueños, el trozo de patria de Juan Ramón en desilusión había anegado. Hasta la luna, mirando el desasosiego dibujado en la tristeza de hombres y mujeres sin hogares y buscando patria, las sombras que nos acompañaban nos las dio de regalo.

Las mujeres, aún curtidas de dignidad a luchar nos llamaban. Los pechos erguidos y las caderas alborotadas. ¡Es la magia de la naturaleza!, mientras la irracionalidad nos mata, la hembra por lógica se hincha de ganas, de gestar nuevas vidas, de darle hijos a la patria.

En la profunda soledad de mi ser, fundida con el triste silencio de noche, acerco mi mano a la más hermosa y resplandeciente estrella, la tomo entre mis dedos y la guardo en mi pecho ¡¡Para que el lanzazo que me mate deje escapar un lucero, que por este cielo ande iluminando caminos y marcando horizontes nuevos!!  

—Yo quiero irme de esta vaina— escupió chimó el negro Pedro, ahora más rezongón que nunca, mientras se nos acerca un caserío muy pequeño huyendo de la ignominia y maldad de los hombres por el agreste camino. El sol despierta tras la montaña y en serpentina dibujan ambos el riachuelo que junto a nosotros anda. Enfrente, luces mañaneras no multicolores sino ocres de fratricidio, pintan la estampa: Uno, soportando la vida pesada sobre sus hombros; otra sin edad, ya solamente de vida camuflada; un niño relleno de lombrices que aún ríe y la niña reflaca saliendo corriendo de entre deshechas paredes, prolongación de la tierra bajo un manto de palma, sobre ellos el cielo y sobre el cielo Dios, que a veces parecía los olvidaba.

—¡Ya nació! ¡ya nació! ¡ya nació! — exclama sonriente la niña como canto y pregón de vida. Pese a todo la felicidad se hace presente, porque Dios nunca olvida. Adentro, la hembra entre dolor y alegría y la mujer entre resignación y esperanza, pariéndole hijos a la patria. Mientras, con la dureza de la rutina dá la partera el llanto al niño, retumbando en los rincones como renacer de sueños y despertar de esperanzas.

Andando nuevamente, ya reavivada la conciencia por aquella hermosa estampa, surgen las palabras guardadas de mi alforja, interrogantes: ¿Qué es la República? ¿Qué es la patria?

—Son una ley que nos hace a todos libres e iguales y un sentimiento, mismito como el de mi mama—  responde el negro Pedro, ahora con inusual profundo tono reflexivo; tal vez debido al milagro de aquel niño impregnado de vida y de magia, algo que ya en nosotros desde hace rato se había ido.

Mi memoria ausculta aquel cuasi pregón del negro jetón. Sí, es verdad, todos como ese niño y como el que también nace en la casa de alto, tenemos algo en común: Somos de aquí, nacimos en esta tierra. Nuestra primera alegría, nuestros primeros andares, nuestro primer llanto, han sido en este suelo que suma pisadas y bebe nuestra sangre, pero que también a todos nos da la vida. Hasta nuestras lombrices vienen de la misma tierra. También son los mismos la luna que nos cuida y el sol que nos quema. Entonces ¿por qué no pueden este niño y aquél vivir como hermanos? ¿por qué no nos unimos para darle esperanzas, darles República, darles patria?

El parto de la patria lo inició aquel hito proverbial convertido en decreto que las conciencias despertaba. Sin él todo estaría perdido. Bolívar había dado el paso de la unión para salvar, o mejor dicho, para hacer la verdadera República y salvar a la patria. ¡Éramos nosotros los que estábamos a la saga!

Dolor y sangre necesariamente evidenciaban el parto. La sombra de la inclemencia se diluye por un propósito: ¡Ser libres!

Una guerra que buscando libertad redundaba en muerte. Una guerra que en su irracionalidad respondía a una lógica irrefutablemente hermosa: La vida.

Si la posteridad ha de juzgarnos, que se pongan en nuestros pies llenos de callos y en nuestras conciencias queriendo estallar en mil pedazos lo grillos que las aprisionan.

Todo estaba perdido. Las facciones, los intereses, las indiferencias y los odios nos llevaban irremediablemente al abismo. Resulta fácil esclavizar pero cuánto cuesta redimirse, pues más que nuestras carnes son nuestros pensamientos los que nos avasallan. Ahora somos nosotros o ellos. Es la libertad o la esclavitud, son las cadenas o es la patria.

Existen momentos de los pueblos en que los claroscuros de la diversidad se diluyen por la prioridad de la sobrevivencia pura y simple, conformando el blanco y negro del todo o la nada. De la libertad o la esclavitud. De la República o la tiranía. Se está o no se está con la patria. Pero aún así, ella nos reconoce por sobre nuestras culpas el derecho a vivir, a errar, y aún al español que luche por ella, sin odios lo acoge en su seno. Porque madre que perdona, mujer que agradece y protege, esa es la patria.

Ya el camino está marcado, no existe retorno posible. Ya los odios han  fraguado en la convicción de ser ¡irrevocablemente libres! Como dijera aquel valiente guerrero: Aún con la muerte venceremos.

¡Miren ustedes, los del devenir, sus manos limpias porque las nuestras las manchamos de escarlata! ¡Miren a sus niños, unidos y libres porque hoy nosotros dejamos nuestra sangre regada!

Ahora tenemos una luz: Nuevos sueños. Un motivo: Los gritos de esperanzas de niños como aquellos. Y una conciencia preclara que despierta y orienta a las nuestras en pregón de República y de patria: La de Bolívar, el joven de la cuadra.


De Las Queseras a Santa Marta

—¡¡Regresen, jodamos a esos carajos!! — Nos grita el Taita ya frente a los realistas, ya la lanza a lo alto, ya la victoria en el semblante. La ferocidad humana se hace presente, unos defienden la opresión, otros buscamos libertad, pero todos somos víctimas de una estructura político social concebida para que nuestro sudor y nuestra sangre sustente los privilegios y riquezas de unos pocos.

Luego, la alegría por doquier. Es triste tener que regar con sangre nuestra esperanza. Habíamos dado otro paso, ya la marcha era indetenible. Aunque no se por qué siento a Las Queseras algo más que una batalla, pues se percibe en esta gente un ánimo, un espíritu diferente, ya no a la defensiva, es como si en ese retorno histórico, más que con los realistas, nos hubiésemos reencontrado con la memoria de nuestro pueblo, con su dolor y sufrimiento y también con el reclamo de nuestra responsabilidad de hacer posibles sus esperanzas.

Lo cierto es que desde ahí en adelante definitivamente seríamos otros. Bien lo dijo el negro Miguel, mientras al quemar de un cuchillo esculcaba los plomos que invadían su carne como el español a la patria: ¡¡Después de esto, seremos capaces de vencer a veinte imperios más!!

Pero antes debíamos derrotar a este, y en eso marchábamos, ya con la cruz de la patria también en el pecho, y ahora junto a Rondón bajo el mando de Bolívar. Camino largo e incierto el destino, pero de que íbamos, íbamos, o como siempre esputaba Rondón: ¿Quién dijo miedo?

El síncrono andar de los caballos marcaba el cantar del indio José María; según él, le pedía a la tierra que nos protegiera. ¿Cómo es posible?, si más bien luchamos por tenerla, porque sea nuestra, le dije. —Eso es lo que tu crees— ripostó  —La tierra no es de nadie pero todos somos de ella, a poco ¿no nos reclama cuando el cielo no puede darnos esperanzas ni el aire alimentar nuestras almas? — agregó el indio, mezclando las sabias palabras con el cantar que retomaba ritmo de la ahora más lenta marcha.

En mi mente también andaban los recuerdos. Tanto odio, tanta tristeza, tanta sangre derramada, la de los nuestros y la de los otros. Al valiente Piar, lo que no pudo la bayoneta del infame reino, lo hizo la envidia, la intriga y la conveniencia, ayudados también por su torpeza política, él fue un gran guerrero. A Bermúdez y a Mariño no quería ni verlos, lo que nos decían en privado lo negaban en público, y ni se diga del Soublette, para hipócrita que lo busquen.

Pese a todo aquí vamos, aferrados a la esperanza, siguiendo con Rondón al último líder que la encarna, haciendo caminos y sembrando patria, más allá de lo que alcanza la mirada y más lejos de lo que los abuelos contaban, casi tocando el cielo en gélidas montañas, casi congelados los huesos y las carnes pero encendidas las almas, por el fuego libertario que Bolívar atizaba.

Atrás dejábamos Pisba y a la vista ya El Pantano de Vargas esperando batalla, mientras la victoria aguardaba a que Rondón con nosotros peleara. En adelante todo serían triunfos, hasta las derrotas eran pólvora que hacia nuevos laureles nos impulsaba.

Y pronto la gloria definitiva la llevábamos en las pisadas de nuestros caballos cuando descendíamos por la Pica hacia Carabobo, otra vez con el Taita. Sin triunfo no habría mañana, con la victoria sellaríamos la independencia, con sangre de un pueblo no con anilina mantuana. Y así tenía que ser. El Taita aquí, ya General en Jefe; allá Bolívar, indiscutible Libertador; quién lo hubiese pensado, el joven de la cuadra con nosotros, libertadores de la patria.

Mientras marchábamos, llorábamos a los tantos caídos, al valiente Plaza y principalmente al Primero. ¡Buena vaina! ¡¡Nos mataron al negro!! Nunca olvidaré aquella mirada, mientras el cuerpo moría estaba indómita su alma. Me entregó la lanza que lo mataba —¡Jode a ese carajo!— dijo —¡No dejes que nos roben la patria!.

 ¡¡Ahí sobre el suelo donde se sembró, debe nacer un samán por su valentía pero también una flor, porque lo mejor del Primero no estaba en la lanza sino en la nobleza de su corazón!!

Ya el reino estaba vencido, todo era cuestión de echarlos al mar, fuera de la patria. Y anduvimos caminos, viendo alegrías, viviendo los llantos de los caídos, viéndole la cara a la cotidianidad de la vida que se reacomodaba en una realidad muy diferente a la exaltación de la guerra. Ya los intereses y los odios diluían la conveniencia de la unidad y el desasosiego comenzaba a desplazar la esperanza.

—¡¡Pa’ que me sirve la libertad, si todo sigue la misma vaina!!— Nos gritó uno mientras cargaba la mirada perdida de una niña, el puño derecho en lo alto como izando la impotencia, a su lado la mujer marchita de sufrimiento, con dos niños flanqueando la estampa, el perro ladrando y la mula reflaca, al frente el camino, atrás la casa de palma y adentro las brasas que todavía alumbraban.

Para que esos niños no terminen como tu, lleno de tristezas y marchitas las esperanzas, libres de cuerpo pero con grillos en las almas, le dije; porque la libertad hay que sembrarla hoy y regarla, para cosecharla mañana. Mientras tanto, mira dentro de ti, siéntelo en tu gente, en el aroma de la flor, en el viento que con su pregón de libertad trae cantos de esperanza, en esos niños que a pesar de todo tienen sonrisas guardadas. Ya no eres pobre, llevas en tus alforjas un inmenso valor, tienes suficiente libertad y cargas muchísima patria.

Reandando caminos volví a las tierras de mi niñez, igual como retornan a mí los recuerdos. Cuando en Santiago de León me sacaron del templo y me echaron de la cuadra. Casi veinte años de dolor y sufrimiento para poder sentarme en la última banca; aunque ya para qué, con la inocencia encallecida y la conciencia despejada, el sermón suena falso e insultante. ¡Ahora fue mi dignidad la que me sacó del templo y también de la cuadra!

Definitivamente Dios no visitaba todavía su casa, andaba por los caminos sembrando fe, regando esperanzas, y de seguro iba a mi lado, junto a mi caballo y al silente perro que nos escoltaba.

Ya las aguas del gran torrente libertario vuelven a sus diversos cauces. Las discordias, odios e intereses regresan junto a la cotidianidad. La Gran Colombia no ha sido posible más allá de la necesidad libertaria; es una utopía, y por tanto, su posibilidad no depende de la voluntad ni de la buena intención de un hombre, sino de la acción del inefable tiempo. Mientras tanto, la estructura social se ha trastocado, los actores buscan el reacomodo posible, los mantuanos junto a algunos nuevos elencos sociales paridos por la independencia, están reagrupándose en oligarquía republicana para continuar usufructuando el poder, mientras otros independentistas configuran sectores con más o menos fuerza social y purezas de propósitos.

Cuando algunos le preguntamos al Taita por haber desconocido a la Gran Colombia y si eso no era una traición a El Libertador; nos decía —Yo no he traicionado a nadie, Bolívar me buscó y me pidió que luchásemos por una causa en común, la independencia del yugo español, a eso me comprometí y le cumplí sin chistar. Ahora, lo que no estaba en el trato es que dejaríamos de mantener obligatoriamente al reino para sostener a gusto a los oligarcas virreineros de la Nueva Granada y del Perú, en ese caso prefiero acordar con los de aquí. Bolívar no quiere aceptar que la Gran Colombia ha fracasado, que era un antro de injusticias, de opresión, de desigualdades y de corrupción, entonces ¿¡¡Pa’ qué carajo peleamos!!?—  Luego hizo una pausa, como buscando explicaciones en el trasfondo de los recuerdos, prosiguiendo —Mientras él andaba disfrutando y dilapidando las mieles de su inmensa fortuna, yo, con ustedes, andábamos en lomo de caballo, entre tierra y sol sudando el derecho a sobrevivir. Tal vez será por eso que él mira a la patria tan lejos y tan grande, mientras que a nosotros se nos comienza a esfumar hasta donde llega la mirada o hasta donde nuestros pasos alcanzan al cansancio. Bolívar no quiere entenderlo, él en modo alguno ha fracasado, su defecto es no percibir los límites históricos de su grandiosa obra, que se puede decir terminó en Ayacucho, junto al Mariscal Sucre; lo siguiente no está en su posibilidad ni voluntad, se necesitarán muchos años, tal vez siglos, para que su sueño comience a concretarse. Mientras tanto mi lucha terminó, de ahora en adelante lo quiero es solamente hacer lo que no he hecho nunca: vivir.

Ahora entre la conformidad de mis huesos por el sosiego que al fin tienen después de tantos años de guerra, y la incertidumbre de mi alma ante las contradicciones que amenazan hacer “arados en el mar” con la esperanza; estoy aquí, recordando los recuerdos y acompañado de mi soledad, sin querer escuchar los dobles que anuncian la hora aciaga, no sé si son campanas o es el viento que pregona por los pueblos lo que ocurre en Santa Marta. Allá, solo, enfermo y con camisa prestada muere el joven de la cuadra, el que se echó al hombro una causa libertaria, el que sembró la unión para cosechar patria, el que nació español de segunda y terminó siendo el primero de la patria. El Libertador, que con su grandeza de pensamiento y su irreversible voluntad de acción, más que libertad física relativa y escurridiza, hizo de nuestras conciencias una eterna causa libertaria; por eso nunca morirá. Y aunque en adelante a lo mejor pretendan confinar sus huesos en mausoleos para hacerlo fetiche de malsanas conveniencias, su pensamiento andará por siempre por los pueblos del mundo liberando conciencias, inspirando libertad, despertando patrias.


Los Últimos Pensamientos de un Libertador

Más de un siglo ha pasado y ya solamente vivo para recordar, antes tenía vida y menguaba sabiduría, hoy que se vivir, la vida se me escapa. Definitivamente nos cuesta comprender que el vivir no se agota con nuestros huesos y nuestras carnes, sino que él es perenne como las almas, por eso, aunque a mi cuerpo ya no le pesan los años y solamente se disuelve en el aire, siento que siempre viviré cuando hablen de la independencia y de los libertadores.

A propósito, al joven de la cuadra lo trajeron y lo confinaron en un panteón para tenerlo bien cuidadito, por aquello de que al enemigo hay que mantenerlo cerca… Santificándolo lo alejan de este mundo. Bolívar vivía en cada camino y en cada pueblo de estas tierras, era leyenda que subvertía resignaciones, durante muchos años las voces corrían por los senderos que estaba vivo y  preparando una gran campaña redentora. Por eso lo hicieron prisionero en un mausoleo, a los burgueses les da terror que el pueblo tome conciencia de su estirpe, no es a sus huesos, es a su pensamiento a quien le temen y pretenden mantener cautivo.

Hay que reconocer que la oligarquía se las sabe todas, astutamente han mitificado la independencia a su gusto y conveniencia: Ellos  proclamaron en un gesto magnánimo la República, a los héroes libertadores (a los jefes, no los que peleábamos) hipócritamente los exaltaron a semidioses dignos de un panteón, representados en la actualidad por esta especie de ejército republicano recién  creado, que velará per secula seculorum  por el bienestar del pueblo. De esa forma, la República y la patria son legados de la providencia que las generaciones eunucas deben aceptar acríticamente, sin beneficio de inventario, solamente usufructuándola  en las condiciones y distribución establecida por los “santos” libertadores, obedeciendo los designios del “Padre de la patria” y sometidos  a  la tutela del ejército sacro, guardián del legado .

Habrá de venir el día que el pueblo retome conciencia de su estirpe libertaria, de la falsedad de la República mantuana, de que es en el pueblo y no en ejércitos ni en mausoleos donde radica el espíritu de los que luchamos por la libertad, de que la patria no viene jamás de un individuo, pues ella es la conciencia histórica de un pueblo, y de que Bolívar fue el primer hijo de la patria venezolana. Porque el gran parto de la independencia no fue la República, que al final sigue siendo la misma falacia mantuana, sino la patria. Los oligarcas pueden habernos expropiado de los derechos republicanos, pero de la patria jamás, pues ella está sembrada en la conciencia de cada venezolano, la patria somos todos, y cuando germine, el poder mantuano tendrá sus días contados.

El Taita, tratando de al fin vivir la libertad que bien se ganó, terminó cobijado por el mantuanaje, para después morir lejos de su patria, desabrigado de manto y de pueblo; dicen que bajo de un árbol, cabizbajo, meditabundo y triste moría día tras día. Triste fue ver a un guerrero de su estirpe domesticado por la burguesía. —¡¡Se nos echó el gallo pinto!! — hubo gritado un soldado sin nombre y  ya también sin esperanza.

Es que la República cambió la cachimba pero nos dejó al mismo musiú. Claro, se han unido otros producidos por el enturbiamiento social de la independencia, pero los mantuanos  son como el manglar, al bajar las aguas, allí continúan, maltratados y todo pero siguen dominando. Es que los desgraciados tienen un poder de adaptación resabiao. Al llegar a estas tierras, junto a nuestro tatarabuelos, hace ya más de trescientos años, no les importó manchar sus linajes emparentándose o asociándose con los conquistadores bárbaros a cambio de sus valiosas fortunas, habidas del saqueo y arrase de las culturas originarias; y no obstante, siguieron muy horondos presumiendo de sus alcurnias. Luego hicieron lo propio con los héroes independentistas, ¡¡hasta les dieron sus hijas para así ligarse al poder!!

—De esa forma  tenemos el salvoconducto para no ser molestados, pues los nuevos “parientes” deben velar por sus consortes, sus familias y amigos, que al final terminaremos siendo todos nosotros— se jactaba descaradamente un burgués medio ebrio; agregando con su “jeta” de chivo —Aunque sus hijos nacerán como independentistas o revolucionarios, los criaremos como burgueses, en fin, qué importa una manchita más de sangre plebeya, si nosotros, por sobre cualquier linaje hipócrita, representamos un modo de vida, una forma del orden natural de la sociedad. Siendo evidente que la mayoría de la población no podrá jamás llegar a ser iguales a nosotros, sin embargo, hablando claro, ya no somos tan cerrados ni torpes como nuestros ancestros y estratégicamente estamos creando la falsa expectativa de que eso es posible, aceptando a algunos plebeyos seleccionados en nuestro seno, de esa forma aprovechamos sus talentos, creamos vasos comunicantes con el populacho y conformamos la ilusión capitalista, es decir, la creencia de que nuestros privilegios y modo de vida están a disposición a la vuelta de la esquina, y por tanto, constituyen un valor de la sociedad que debe ser protegido y cuidado, resultando los pendejos “arribistas” de hecho más burgueses que nosotros, constituyendo una fuerza social sustentadora y de choche que garantiza la incolumidad de nuestras parcelas de poder.

Así, la oligarquía republicana ha ido avanzando paulatinamente de terratenientes a comerciantes y empresarios, lo cual les ha dado posibilidades infinitas de riquezas y de explotación de los peones y obreros, vasallos de la trampa liberal, que libera los cuerpos pero aprisiona las conciencias. Ellos tienen una sola premisa: el capital. Siquiera sus ancestros estaban ligados a las tierras cuyas tenencias sustentaban sus privilegios; pero éstos, al ser el dinero el soporte de su poder económico y político, poco les importa esta nación, a menos que sea para explotarla y usufructuarla a su gusto y gana, pues, como lo vociferan jactanciosos: el dinero no tiene patria.

En verdad da tristeza recordar que en tiempos de la colonia, un campesino, un liberto o un indio, con toda la opresión e injusticias posibles, aún tenía espacio para respirar y vivir de alguna forma;  mientras ahora, sus descendientes cada día están más sometidos a jornadas atroces que apenas les permiten medio dormir, viviendo peor que muchos de sus ancestros. En verdad  a veces el progreso no se entiende.

Aunque ya existen planteamientos y movimientos que propugnan la unión de los jornaleros y obreros para luchar contra la burguesía, pero con armas. ¿Más guerras? Esos carajos no saben lo que es derramar la sangre entre hermanos. Tal vez se pueda explicar en nosotros, pobres analfabetas que desde aquel 19 de abril nos vimos entrampados en una situación histórica, a la que reaccionamos como podíamos y como sabíamos. Pero estos “revolucionarios” que se jactan de gran cultura, de consecuentes libros bajo el sobaco, que hablan de la historia de la humanidad, del capital, de la plusvalía…, pero luego nos ofrecen un arma para liberarnos, qué ironía, más de lo mismo, siguen redimiendo cuerpos pero no las conciencias. Es que en el fondo ellos nos tienen a menos, creo que nos mientan  “lumpen”, algo así como basura social, se reúnen en conciliábulos secretos hablando  “intelectualidades”, cultivando conocimientos, pero luego salen a sembrarnos la guerra.  ¡Por Dios! Lo peor, es que eso es como una cadena, éstos nos lo hacen a nosotros, otros a ellos y así hasta llegar a una cúpula que constituye la “crema” revolucionaria… Toda una contradicción, pues sus “ideólogos”, “iconos o “líderes” revolucionarios constituyen la más preclara expresión del pensamiento, creación y conciencia individual, pero no obstante, de ahí para abajo la estructura se cierra hacia una ideología dogmática a seguir pie juntillas, lo cual, evidentemente la condena a ceder ante la necesaria prevalencia evolutiva de las conciencias individuales, expresadas en una fuerza social que impone el cambio, y que paradójicamente es la misma que invocan estos susodichos revolucionarios, o sea, ¡¡ estos señores están condenados a andar en círculos!!  En verdad andan también ontológicamente despistados los pobrecitos… Los seres humanos somos infinitamente superiores al pequeño espacio existencial que esas ideologías sectarias pretenden demarcarnos, definitivamente esos linderos o muros están condenados a ceder. No comprenden que las revoluciones eficaces deben ser irrestrictamente auténticas, y antes que al cuerpo deben quitar los arietes a las conciencias. En todo caso, es un proceso que además de inteligencia amerita buena fe, templanza, honestidad y claridad en los conceptos; de lo contrario, el desequilibrio  y contradicción entre la buena intención final y los medios y criterios para alcanzarla, los hará naufragar en su “buen” propósito. Ojalá me equivoque, la historia lo dirá.

Es que el pendejo no ve una. El Capitalismo exalta el egoísmo haciendo al ser humano vasallo de su libertad, para explotarlo a diestra y siniestra; mientras que el mentado comunismo, lo despoja de su individualidad para hacerlo cautivo de un Estado que lo explota en beneficio o en real gana de aquella cúpula de ilustrados, ahogando existencialmente al individuo. La excusa es el bienestar común, pero no comprenden esos pistolos intelectuales que la “conciencia social” nace desde el individuo, ya que no se trata de cabras sino de seres con conciencia y libre albedrio, con la capacidad de mirar el mundo en toda su plenitud y potencialidad desde lo más íntimo de su espiritualidad, y  con la sublime posibilidad de tener fe. Porque lo peor es que ambos reniegan de Dios, uno, haciéndolo  fetiche egoísta y complaciente de sus intereses, y el otro, imponiéndose sobre Dios mismo en una especie de superhombre; despojando a estos seres oprimidos de lo único que nos mantuvo en pie cuando luchábamos o cuando atravesábamos aquél páramo infernal, y que le daba la fuerza  y voluntad indómita que Bolívar irradiaba: la fe en Dios.

No obstante, ambas posturas se compensan, quedándole algo del saldo al pueblo. Hace poco, el gobierno del Bagre reguló en algunos aspectos las condiciones de trabajo  de los obreros en ciertos talleres, no por las buenas sino presionado, más bien asustado por los movimientos obreristas de la Europa, que además está ardiendo por los cuatro costados en una guerra intestina llamada “mundial”, a nosotros que no nos metan en ese paquete.

—¡Puro papel!— dijo un burgués con  prepotencia, pero también entreviendo la estupidez de casta que el poder usurpado camufla de sagacidad.  —Existen mil formas de no cumplir esas disposiciones, y en último caso, quienes pagarán las consecuencias serán los obreros—  agregó  sin remordimientos. Y cuando le preguntaron si no temía represalias del gobierno, sentenció con convicción  —¡Qué carajo!, si al Bagre lo pusimos nosotros y lo quitamos cuando nos dé la gana. Si algo aprendimos de nuestros abuelos es que jamás volveremos a arriesgar directamente nuestros pellejos y nuestras fortunas, que los políticos hagan su trabajo que nosotros haremos el nuestro, al final siempre seremos los que mandamos. Tendría que ponerse la vaina muy jodía para que tengamos que salir a defender el coroto, y eso no se ve a lo lejos.

Bueno, el tiempo y el pueblo lo dirán, lo cierto es que ese burgués en el fondo tiene razón, desde el Tatita hasta aquí  han estado siempre en el poder. Liberales o conservadores, federales o centrales, resultaron ser simples sutilezas semánticas de la perversión republicana: el gobierno de una oligarquía.

Una atroz guerra fratricida fue la consecuencia casi necesaria de las disecciones sociales derivadas de la independencia, en verdad  el ser humano muchas veces no sabe qué hacer con su libertad, porque la libertad sin igualdad es un sofisma que oprime y falsea nuestras acciones, tal como les ocurrió a esos sujetos caudillezcos de la guerra federal,  quienes en el fondo eran simple expresión de una precaria conciencia del Estado como factor de justicia, igualdad, seguridad y verdadera libertad; pues el poder era considerado expresión lógica del orden social, y como tal, debía aceptársele resignadamente o “alzarse” para subvertir ese orden, resultando luego que la ubicación de tal o cual factor no alteraba el trasfondo político imperante, por lo que dichos “alzamientos” en procura del poder eran simples enroques de la dinámica política, un contrapunteo de quítate tú para ponerme yo. El que se gana el beneficio de la duda es el Zamora, con quien colaboré una o dos veces mientras mis huesos todavía andaban, y que aparentemente era honesto en su propuesta, lamentablemente la infamia y la cobardía lo mataron, quizás esa fue su suerte, no haber vivido lo suficiente para saber hasta dónde alcanzaba su honestidad. De resto, todos fueron marionetas de una situación político social a la que se amoldó de una u otra forma la burguesía, teniendo seguramente al caudillismo entre sus haberes, pues en rio revuelto ellos saben pescar muy bien.

Vale decir también que debido a la casi nula fortaleza institucional del Estado, la llamada guerra civil y el caudillismo, relativamente no tuvieron la magnitud ni implicancias que se hubiese esperado, pues las poblaciones y caseríos han sido prácticamente autárquicas en lo político y obligatoriamente autosuficientes en lo económico, por lo que los cambios de “gobiernos” en realidad poco interesaban a sus cotidianidades, hasta el punto de que en mis andares la pregunta curiosa de muchos parroquianos era: ¿Quién está gobernando ahorita? Y fue precisamente esa relativa, soterrada y resignada tranquilidad, saldo positivo de la independencia, el vehículo de un evolucionar social muy lento pero continuo, que progresivamente y sin que los actores se diesen cuenta, fue deslegitimando la estructura política y social del caudillismo.

De tal forma que con este siglo las aguas sociales comenzaban a clarear, y con ello a despejarse las conciencias. A pesar de todo, en algunos aspectos las generaciones se habían recuperado de la aniquilación independentista y de la guerra civil. Era un beneficio esperado y que da gusto presenciarlo, ya las letras no eran tan escurridizas, ya también el mundo tenía muchas vueltas alrededor de un sol que pintaba visos multicolores en una nueva perspectiva que la insoslayable evolución humana asomaba en el alba de esta centuria, sobretodo por un elemento que trastocará por siempre la identidad y la historia del venezolano: el petróleo, la brea que alguna vez tuve en mis manos y alumbró mis tinieblas de incertidumbre, y que sea como sea, está generando ingresos fuera de la lógica burguesa, desequilibrando su sistema.

En fin, la sociedad a comienzos de este siglo era otra y la burguesía continuaba siendo la misma usufructuadora del caudillismo, cosa que les imponía un cambio inmediato. Esto fue acelerado por los arrebatos nacionalistas del Cabito, tan pasionales como sus noches licenciosas; a lo mejor buscando aglutinar todas la fuerzas sociales en torno a la nacionalidad, y lograr así el factor cohesor necesario para el fortalecimiento del Estado, es posible, o  a lo mejor sólo fue el “tonto útil” a intereses foráneos, que teniendo una lectura social más precisa, lo auparon a esos excesos nacionalistas, a los fines de restarle apoyo popular por las consecuencias bélicas que implicaba, situación que en general y en el fondo la colectividad no deseaba. En fin, lo cierto es que esas acciones evidenciaron una carencia de sagacidad política supina, se las puso facilita a la burguesía y al imperio yanqui el exiguo Cabo, en tamaño y en ideas.

Lo contrario ha resultado ser el Bagre traidor, apendejeao se está jodiendo en los burgueses, quienes pensaban sacarlo en pocos años, pero la cosa va pa’ largo. De todas formas la burguesía no conoce la dignidad, si tienen que arrastrarse ante quien sea para salvar sus privilegios, lo hacen muy bien los desgraciados, pura fachada son sus prepotencias mantuanas de esquina, pues al rato están puliéndole las botas al Gocho. Es que en realidad se están resignando a convivir con el “campesino analfabeta” en una especie de mutualismo, siempre y cuando tengan el visto bueno gringo, todo en función del bendito petróleo. Pero, ojo, no andan quietos, por ahí se oye que están arando en la llamada universidad, para cosechar la generación que les garantice el dominio irrestricto de la sociedad, y poder así también apropiarse de la riqueza petrolera. ¡Ahora, además de la sangre del pueblo, también se la chuparán a la tierra!

Claro, esas acciones burguesas no son lineales, pues el albedrío humano juega sus escaramuzas, aunque  al final las amarras sociales siempre terminan imponiéndose. Asunto a tener en cuenta por las generaciones que pretendan revoluciones. Incluso el Matos intentó hacer la suya al estilo mantuano, de oligarcas. Y de este lado, el Mocho está demostrando también serlo de vista política, por no percibir los cambios sociales. Y el Maisanta continúa a caballo luchando contra  molinos de viento, aferrándose a  pretéritos sociales, dando batallas de volteretas de machete mientras el enemigo las da a las hojas de los libros cuando se adiestra en las universidades. Lamentablemente el pueblo no tiene manera de formar así a sus milicianos, es una desventaja que determinará este siglo. Los nuevos mampuestos de la oligarquía serán híbridos entre caudillitos y políticos intelectualoides, “doitores”, tal cual han comenzado a mentarlos, mientras éstos al pueblo lo  tildan despectivamente  de “populacho”. Entre doitores  y populacho, entre “conocimiento” e ignorancia, entre inmoralidad y honestidad, entre demagogia y esperanza, entre corrupción e indignación, entre represión y rebelión, seguramente habrán de transcurrir las escenas político sociales de lo que resta de siglo.

El avasallamiento se avizora atroz, pues ante la mordedura del látigo o  el zumbido del machete, la reacción es natural y siempre posible y lógica, pero frente al embrujo y  la argucia de las palabras, la conciencia del pueblo no tiene defensa posible, quedando inerme a disposición plena de la voracidad oligárquica.

El problema es que, como bien lo dijera aquel burgués ebrio, las estructuras de explotación constituyen una forma de vida, pareciendo al final natural y hasta justo que así sea, por tanto, su sustento real no está en la fuerza  de la minoría que usufructúa el poder, sino en la convicción o resignación de los explotados. A cuántos no vimos que salieron solícitos a defender aquella República mantuana, a proteger a quienes les violaban sus esposas e hijas, les devoraban sus vidas o los signaban con fierros candentes como de su propiedad; y los pardos parejeros, los muy pretenciosos, muchos eran más mantuanos que los mismos mantuanos, díganme el Roscio, ese no tocaba el enlozao cuando andaba por la plaza mayor.

El gran aprendizaje de la independencia, es que logramos la libertad de cuerpos pero nuestras conciencias siguieron esclavas de un todo un sistema, incluso, al propio Bolívar, cuánto le pesaba su alcurnia, cuánto le costó tratarnos de tú a tú, no como  militares que sabemos es una estructura por esencia discriminatoria, sino como pares venezolanos; no más lean sus cartas para que noten el dejo de prejuicios sociales que subsisten en su grande pensamiento, de lo que nosotros fuimos testigos, pero que entendimos como el lastre lógico de su alcurnia. Por eso, el llamado bolivarianismo debe comprender  toda la amplitud de su obra, de su evolución como ser humano, de la forma en que fue superponiéndose a sus vicios, carencias y prejuicios para llegar a ser una mejor persona, un gran ser humano, y desarrollar así  toda la grandiosidad de su pensamiento y obra.

Porque en verdad, hay que decirlo, algo que recriminamos en su momento, es que la Gran Colombia pasó de  ser un instrumento político independentista, a constituir un mecanismo de sustentación y reacomodo de las clases dominantes para restablecer en lo posible el “orden social”, a través de la “unión” y el cese de los “partidos”, porque una cosa fue aquella unión de hecho, necesaria a la guerra, y otra, la unión institucional, de Derecho, que suponía la Gran Colombia; además, para que cesaran las disecciones sociales debía antes prevalecer la igualdad.

De tal forma que la cohesión de la sociedad, la institucionalización política y la concientización hacia el Estado, era una empresa tan vasta que se hubiera llevado varias vidas de Bolívar, ya que no dependía de una persona sino de un proceso evolutivo, pues una cosa es mandar manu militari bajo contingencia bélica, con  las leyes marciales y supresiones de garantías que implica, y algo totalmente distinto es gobernar civilmente bajo el imperio de la justicia, la igualdad y los derechos de los ciudadanos, cuestión que, para hacerlo verdaderamente, requería de otra revolución, un cambio radical, incluso en el propio Bolívar, quien hubo debido renegar absolutamente de sus prejuicios de casta y comenzar el proceso de voltear definitivamente el orden establecido, algo que lógicamente él no podía hacer. Hasta ese punto acompañó Bolívar a El Libertador, desde allí su voluntad reculó ante las exigencias sociales logradas a pulso de guerra y sangre, hasta allí llegaba la obra física de Bolívar, más no se le podía pedir a aquel ser humano, hubiese sido la negación absoluta de sí mismo; por eso su pensamiento dejó a la saga a su voluntad, por eso su voluntad desfalleció muriendo abrumada y decepcionada en Santa Marta, mientras su obra y su pensamiento continúan vivos por siempre.

El día que comencemos a leer la historia en su significado real y humano, aprenderemos a vivir mejor y sobretodo a tener mayor conciencia de las realidades sociales, de sus causas y consecuencias, a saber dónde estamos parados existencialmente, para que nuestras acciones sean consecuentes con nuestros pensamientos, que éstos respondan a las exigencias evolutivas de la sociedad, y principalmente, para que seamos capaces de comenzar a cambiar nosotros mismos, desde adentro, en cuanto, con nuestras torpezas, dogmas, egoísmos, contradicciones, intereses bastardos e incomprensión del verdadero trasfondo del objeto de nuestras luchas; somos nuestro principal enemigo,  justificadores del mismo sistema al cual pretendemos cambiar; de lo contrario, como pueblo estaremos entrampados de por vida,  condenados al triste destino de Sísifo.

Un 19 de abril inició un capítulo de la historia que marcó nuestras existencias y las sobrecargó de peculiaridades que de una forma u otra han configurado nuestra venezolanidad. No obstante, si algo me han enseñado los soles que he visto nacer y morir, es que por encima de todo la evolución es algo insoslayable, que únicamente es cuestión del padre tiempo, que en términos absolutos sí existen males que duran más de cien años pero no por siempre, y que en los términos relativos de las generaciones, a lo máximo cada siglo se produce una trasformación sustancial en las sociedades, como expresión integradora de la secuela de acontecimientos que determinan hitos evolutivos determinados por décadas y que su vez integran a otros aconteceres más cotidianos hasta llegar al ser humano, dentro de su entorno histórico, político, social y cultural; o sea, las transformaciones sociales auténticas se gestan, se sostienen y se integran como valor institucional a la sociedad desde la conciencia del individuo social, siendo que las revoluciones expresan el  saldo entre el nivel de esa conciencia y la realidad social. Por lo que resulta evidente que la sociedad que desee evitar los traumas de las revoluciones, debe estar al día en sus deberes sociales, porque de lo contrario el pueblo siempre, siempre cobra; y por su parte, las revoluciones deben entender que su responsabilidad histórica no implica solamente la cancelación material del saldo social sino la transformación de la sociedad  desde las conciencias de los individuos, a los fines de fundir dichos cambios como valores institucionales de la sociedad.

Desde aquel 1810, la oligarquía ha sabido sortear, revertir y  aprovechar a su favor los conflictos, cambios y exigencias sociales, ¿hasta cuándo? Lástima que mis ojos que se apagan no alcancen a contemplar el cenit de este siglo, sobre todo con las nuevas albricias, luces y perspectivas que dicen  trae todo nuevo milenio. Empero mi alma, mi corazón, mi buena fe y la obra a veces menospreciada y soslayada de quienes hemos hecho desde abajo, esta, la otra, la verdadera historia, estarán allí construyendo presente, legitimando históricamente nuestras luchas y sufrimientos.

Hoy, en el ocaso de mis andares, cuando esbozo quizás mis últimos pensamientos, si alguien pidiese resumir mi vida, diría: Soldado libertador de la patria por necesidad y responsabilidad histórica; venezolano por sentimiento y voluntad; libre por determinación; revolucionario honesto por conciencia y autenticidad; humanista socialista y bolivariano por convicción y creyente por fe en Dios.


Javier A. Rodríguez G.




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La palabra escrita se independiza del autor y trasciende las barreras del espacio tiempo, haciéndose evidencia que delata el pensamiento y desnuda los sentimientos.(Javier A. Rodríguez G.)