En mi mente se hace hoy el día cuando la sabiduría del abuelo construyó aquel juguete que marcaría mi vida para siempre. Con algunas piezas de madera hizo aquella pequeña balanza y la fijó al almendro de tal forma que oscilara. ¿Qué es eso? Le pregunté –una balanza– dijo, ahogando con su silencio cualquier comentario, esperando que mi curiosidad hallara el sentido real del artefacto.
Luego mi memoria estampa cuando tomó el abuelo una pequeña piedra y la colocó en un extremo de la balanza. ¿Por qué haces eso?, no ves que una parte queda más baja que la otra, le dije.
–Precisamente, quiero que comprendas que esa piedra representa las injusticias. Así como esa balanza es el mundo, injusto– respondió el abuelo.
Entonces interrogué: ¿qué se coloca en el otro extremo para que sea justo?..., y sin esperar respuesta tomé otra piedra para compensar la balanza, pero el abuelo me detuvo sentenciando:
–La justicia es una actividad constante, mira, pon tu mano sobre ese extremo y presiona hasta que se nivele, ves que lo lograste, esa es tu voluntad, si lo deseas puedes hacer justicia, todo es cuestión de quererlo profundamente.
Pero, si las injusticias fuesen muy pesadas seguramente no podría yo solo nivelarle, argumenté con avivada curiosidad
–Cierto– dijo el abuelo con su aleccionadora mirada, y poniendo su mano sobre el extremo de la balanza la presionó pero sin completar su equilibrio –Ahora coloca la tuya– dijo –y presiona hasta lograr nivelarla. ¿Te das cuenta, que sumando voluntades podemos luchar y vencer las injusticias sea cual fuere su tamaño o cantidad?
Así ambas manos sobre la balanza, así dos voluntades sumadas hacia lo justo, así crecía inmenso mi afecto hacia el abuelo, así valoraba cada días más la justicia.
Esa tarde marcó indeleblemente mi vida, aunque entonces no comprendía exactamente el significado de lo justo y lo injusto, más que todo lo asimilaba a lo malo y lo bueno. Y para ser sincero, hoy, a pesar de haber leído inmensos tratados respecto a la justicia, sigo sin poder precisar con exactitud las palabras que definan la justicia en su plenitud.
Aún están en mi memoria aquellas tardes aciagas cuando el abuelo por siempre no estaría, y las horas que permanecía en mi ventana mirando el almendro hasta que la luna filtraba sus ramas y convergía en la pequeña balanza, que en su blanco resplandeciente era la luz de la sabiduría del abuelo.
Los años pasados parecen instantes. Cuán útiles fueron los consejos del abuelo en mis estudios de la ciencia de la justicia. Ahora enfrento la realidad, cruda, descarnada, pero hermosa, siempre sometida a los ideales y valores humanos. Esa es la verdadera grandeza del hombre, imponerse a sus vicios y carencias existenciales. Despertar cada día sabiendo que podemos ser mejores.
Y en momentos como este, en los que siento que la realidad me avasalla y mi voluntad trata de rendirse a la injusticia; pienso en el abuelo, en sus sabios consejos, vengo bajo el enorme almendro a esclarecer mi conciencia, a fortalecer mi voluntad, a poner mi mano en el extremo de la ya roída balanza para sentir también la del abuelo, recordándome que la justicia es posible, que siempre en cualquier sitio existen personas con la voluntad de hacer un mundo mas justo, pacifico y feliz.
Javier A. Rodríguez G.