viernes, 16 de abril de 2010

FUGACIDADES DEL PENSAMIENTO

Caminaba rauda entre las penumbras de la noche, por las pequeñas calles de aquella ciudad sin nombre, sus hábitos pesaban por la cortinilla de lluvia que le entorpecía el paso, la humedad lo acercaba a su cuerpo, insinuando las formas de mujer, maravilla de la naturaleza.

Tan poco le faltaba para llegar y tan lejano le parecía, cada paso era un segundo en una eternidad de distancia. Presentía que algo pasaría, pues el tiempo no se detiene en vano sino para marcar nuestras vidas. Su respiración estaba agitada, delatando en ir y venir los sensuales pechos deseosos de emerger.

Continuaba así la marcha, el movimiento de su mano izquierda parecía atraer la entrada de aquella callejuela que se perfilaba a su mirada. Trató de ignorarla, siguiendo recto su camino, queriendo dejar atrás esa oscura tentación. Llegaría a su destino y se entregaría a sus oraciones, cual penitencia repetía en la mente, mientras sus pasos le desobedecían y cada vez se adentraban por el pequeño pasaje, hasta llegar a la antigua pared de ladrillos que marcaba el final; frente a ella, alza su mano y siente como si el frio ladrillo quisiese robar el ardor de su cuerpo, con los bordes de sus dedos sigue sus intersticios, mientras los de la otra mano pugnan por no hacer lo propio con la comisura que la define como mujer.

No supo cómo ni por qué, o a lo mejor no quiso saberlo, o quizás simplemente se resigno a su destino. En un instante se hallaba con los brazos abiertos, su cuerpo confundido con la pared, cada pie en línea recta con sus manos, los pechos erizados acariciados por la rugosidad del ladrillo, y a su espalda el placer la dibujaba en cada prominencia, en cada profundidad, mientras iba y venia, allanando sus sitios mas secretos. Un intenso placer recorrió su cuerpo, con los labios arrancaba las hierbillas que emergían por entre los ladrillos.

De pronto, se siente liberada, puede continuar su marcha, pero su cuerpo no obedece al pensamiento, ahora es presa de un inmenso deseo y de una infinita pasión. Simplemente da media vuelta, y no queriendo saber quién le profana la vergüenza, cierra los ojos mientras siente  una lengua rompiendo los hilillos de saliva que unen los bordes de los labios entreabiertos. Luego su lóbulo titila dentro de una boca, las cavidades de su oído profanadas y el sudor es bebido por el deseo.

Los erguidos pechos quieren estallar cuando son dibujados por aquellos labios, que beben de ellos la lluvia que los adorna con sus cascadas, mientras bajan en procura de retozar con el centro de su pudor. Ahora las manos también alzadas, en suplicio, la esclavizan, mientras en sus profundidades de mujer el placer llega a la cima.

En la misma penumbra de la noche, pero ahora con la humedad también en los íntimos recodos de su cuerpo, se difumina cada vez más el pequeño pasaje a su espalda. Apresurada da a la aldaba y se pierde tras el amplio y antiguo portón, dejando atrás el arrebato de lo más recóndito de su pasión de mujer, de hembra en celo, maravilla de la naturaleza. Tal como si hubiese sido una simple ilusión, una fugacidad del pensamiento.

Javier A. Rodríguez G.

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La palabra escrita se independiza del autor y trasciende las barreras del espacio tiempo, haciéndose evidencia que delata el pensamiento y desnuda los sentimientos.(Javier A. Rodríguez G.)