jueves, 22 de abril de 2010

LA BRUJA QUE ENSEÑABA DERECHO

Su voz, más que voz, eructo perenne nacido en el averno, cuajada por todas las pestilencias propias de su triste origen, tornábase en grandes tentáculos que aprisionaban sus cerebros, inmovilizando las ideas y paralizando su razón, como pretendiendo con tal cruel tormento crear la herrumbre del desuso y anquilosar los pensamientos, matar a sus conciencias.

Si , era ella, la Bruja que enseñaba Derecho, pero su mente retorcida estaba, como corresponde a quien funge en el lado oscuro de la vida, a quien sume en el estiércol la otrora altiva y resplandeciente Pedagogía. Tenía un ayudante, un cerdito, de blancos cabellos y sumiso y lacayo porte; amén de los fieles pilatos, vehículos de legitimación de sus abyectas acciones. Y los pupilos, sujetos insoslayablemente a su cruel destino.

Pero un día presentóse un pupilo, que con la voz de la verdad hizo inmensa su conciencia, estallando en mil pedazos el tentáculo que pretendía cautivarlo. La Bruja retorcíase de rábia y de dolor. El temerario pupilo había desafiado a la hija del averno ¿Quién era? ¿Un príncipe, un orate, acaso un perseo o quizás un suicida?

La herida Bruja desató sobre el valiente pupilo toda su furia y poder. Parecía indefenso, pues ninguna arma esgrimió. Solo la verdad anclada en lo profundo de su corazón. Y en ella creyó ver en el cerdito y en los pilatos un viso de rebelión. Y su nobleza confió en él, y su nobleza causóle gran dolor, pues el cerdito defraudó su fe y los pilatos no tienen honor. Qué lástima da el cerdito, está muriendo y no ha podido salir de la inmundicia en que nació, pobres pilatos, que triste ser un cero en gradación de la evolución.

Y la Bruja en frenético aquelarre revolcábase en estiércol y con el cerdito y los Pilatos danzaba con lucifer, ufanándose de su victoria, gritando al mundo que triunfó. Pobre Bruja, pobre diabla, triste y miserable destino el que Dios te dio. Cuando mueras, la vida, la justicia y la verdad, triunfantes al fin, como epitafio escribirán: Aquí yace la desdichada hija de Dios, la que estuvo al lado del caído, aquel que del padre abjuró. La que nunca triunfó, pues hasta en su intento de ser humana fracasó. Y solo la estela quedó de su miserable destino, pues, igual que el caído, solo sirvió por contraposición, para la libertad dar brillo, relucir el honor y lustrar la razón.

Y marchóse el pupilo por un ancho camino hacia un radiante sol. No estaba vencido, solamente había aprendido la lección. No tomaría cicuta, el ejemplo ya lo historia la dio.  Sentíase orgulloso, llevaba tres cosas de gran valor: En la conciencia, la libertad, la justicia y el honor. En las manos, asida firmemente, la ley. Y en su alma, en el alma llevaba a Dios.


  Javier A. Rodríguez G.

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La palabra escrita se independiza del autor y trasciende las barreras del espacio tiempo, haciéndose evidencia que delata el pensamiento y desnuda los sentimientos.(Javier A. Rodríguez G.)