jueves, 25 de agosto de 2011

La Paradoja Nietzsche

Nietzsche apasiona por su metáfora y su imaginería. Su pincel  mental va y viene, se desliza y se detiene, toma un color y puede contrastarlo  violentamente con otro, pero con tal sutileza que lo despoja de cualquier vestigio de agresividad, enamorando el pensamiento y subyugando  la razón. Plasmando de esta forma los  matices, claroscuros  y difuminados conceptuales que caracterizan su obra.

El otro Nietzsche , el del planteamiento concreto, hay que extraerlo con cuidado “quirúrgico” para no dañar la esencia vital de su obra, que está condenada a ser una integralidad, una maquinaria cuya fuerza motriz se halla en toda ella, siendo que extrayéndole una de sus partes, el movimiento se detiene para hacerse potencia de un pensamiento incompleto.

Tales cualidades es lo que ha configurado el mito Nietzschereano. Odiado por unos, adorado por otros, pero respetado por todos. Su obra, quizás al contrario de sus deseos, sublima la conciencia, y con ella los valores y la fe.

Si  reemprendiéramos  los fallidos intentos de simplificar conceptualmente a Nietzsche y  borrásemos los colores y los matices de su pensamiento, hallaríamos líneas muy elementales que revelarían algunos aspectos  definitorios de su pensamiento, pero que en nada  sustituirían ni menguarían  la integralidad de su obra.

El planteamiento del  llamado superhombre o superhumano, considera al hombre elevado por la razón al trono de su plena  posibilidad. En una constante acción: yo fui mucho, yo soy más, yo puedo serlo todo. Cristo vale en tanto y cuanto sea él y no lo que su padre, que es otro o  un simple ideal. La moral y la ética no me dejan ser, constituyen estorbos evolutivos. El ser humano se justifica por superponerse egoístamente a sí mismo, lo que más que un fin, es acción. El ser egoísta es ser autentico. La bondad, la solidaridad y el altruismo son hipocresías, camuflajes del egoísmo. El  hombre pleno es el que no se cobija en nada sino en la razón, que lo ilumina y  libera de las creencias y de la fe. Por ende, la ciencia está signada por la razón para ser la única gran liberadora del ser humano.

Como se ve, este es el criterio cuasi exacto que ha configurado el mundo moderno, el paradigma que ha determinado hasta ahora, de una u otra forma, la acción política, social y cultural de nuestras sociedades. El endiosamiento de la razón y la desvalorización del hombre en sus cualidades ontológicas  espirituales, venida de seccionarlo en esclavo y amo, de donde se puede derivar al absurdo de que al avanzar hacia "amo", el ser humano se esclavice, pues el “independizarse” del otro avasalla de su libertad, porque, al contrario de Nietzsche, es en el semejante donde se logra la plenitud del ser.

Así, el ser humano se mueve entre la racionalidad y la fe, que en definitiva constituyen dos formas de aprehender los valores y principios existenciales, emanados del orden universal, que nos obligan y someten.

Por eso la moral y la ética constituyen cualidades imperativas y perfeccionadoras del ser humano. Y sí, es cierto, la razón libera, pero  la fe  también, de nuestras incertidumbres, de nuestros temores, de nuestro egoísmo, y quizás somos humanos más que por razonar, por tener fe.

Ciertamente, como afirma Nietzsche, el hombre puede ser mejor,  pero no superponiéndose racionalmente a sí mismo, sino en perfecto equilibrio de la razón y la pasión, aprehendiendo los valores  y principios que convergen en el fin universal, el punto que las religiones llaman Dios. La existencia de ese camino no limita ni constituye obstáculo alguno, al contrario, es toda posibilidad y potencialidad hacia el ser supremo universal, que ya no sería racional, porque en el estatus último, la razón perdería sentido y solamente quedarían los valores y principios fundidos en un simple ser contemplativo, es decir, no ya desde la acción y pasión de vivir, cuya dinámica está determinada por  su actualidad, sino desde la relativa pasividad del existir perpetuo, cuyos tiempos trascienden la existencia de planetas, galaxias y quizás hasta universos.

Por ello, el superhombre se agota en su existencia, mientras que Dios, como referencia del perfeccionamiento del humano, es eterno. Luego así, siendo simplemente racionales, a lo mejor podremos ser superhombres pero pobres humanos;  ahora, si agregamos  amor, bondad, solidaridad, valores morales y principios éticos, seremos simplemente mejores humanos, cuyo valor cualitativo determina nuestra espiritualidad. El superhombre de Nietzsche tiene sólo razón, pero el  mejor ser humano tiene espiritualidad.

Excusas por lo apriorístico de estas notas, por no disponer suficiente tiempo ni querer analizar  a profundidad  a este insigne pensador; y por hallar demasiadas coincidencias entre esos lineamientos esbozantes de su pensamiento y los que sustentaron al Nazismo, cuyo punto de encuentro se debe, más que todo, por expresar ambos  el mismo paradigma. De todas formas, como se ha dicho, la paradoja de la obra de Nietzsche es que integralmente es moralizante y concientizadora. Indudablemente  ese es su  gran legado.

Javier A. Rodríguez G.

La palabra escrita se independiza del autor y trasciende las barreras del espacio tiempo, haciéndose evidencia que delata el pensamiento y desnuda los sentimientos.(Javier A. Rodríguez G.)